domingo, 6 de febrero de 2011

Juntos y revueltos

A los españoles nos encanta el sol. Que no digan de los 'guiris', porque a nosotros nos gusta, y mucho. Este fin de semana ha hecho un tiempo fabuloso en Madrid, con un sol espléndido y unas temperaturas poco habituales para la época en la que estamos. Y ¿qué ha pasado? Que el madrileño, como buen gato que busca el calor, se ha echado a las calles. Madre mía, cómo estaba el Retiro...

Cuando se me ocurrió, este medio día, ir a dar una vuelta en familia al Retiro, no me imaginé que iba a haber tantísima gente. Ni Preciados en Navidades, oye. Gente por aquí, gente por allá, tirados en el césped, en los bancos, paseando, en las barandillas del lago, en las barcas, debajo de la estatua de Alfonso XII, en las terrazas...mira que en primavera y verano suele haber gente, pero creo que hoy había más concentración si cabe. Claro, tantas semanas de frío y lluvia, que sale un rayito y ahí se van todos los madrileños, como lagartos, ale. Y allí estaba yo también, como buena amante del calor y las aglomeraciones, con mi cámara en mano dispuesta a hacer fotos a...no sé, la gente, porque a otra cosa estaba complicado.

Hoy he visto desde personas con abrigo a 'guiris' en manga corta y chanclas. Un poco de consenso, por favor. Y niños, muchos niños: niños en bici, niños en patines, niños en monopatín, niños en patinete, niños corriendo, niños andando...niños por el medio y tú con mil ojos para no llevarte a uno por delante mientras estabas absorto haciendo tus fotos artísticas. Fotos que tardabas 15 min en hacer porque no paraba de pasar gente. Y más gente. Total, que al final acababas desistiendo ante las cabezas que aparecían destrangis en tu foto.

No se nos pueden olvidar aquellos que intentaban patinar entre marabuntas de gente. Sé que estoy repitiendo mucho la palabra 'gente', pero ¡es que no había otra cosa! Y claro, cuando el sol se ha empezado a esconder y los que tocaban la guitarra para amenizar la tarde se han ido yendo a sus casas, era hora de desalojar el Retiro. Pero no de una manera escalonada, no. Todo el mundo a la vez. ¿Qué ha pasado? Que se han formado más riadas de gente.

Por lo menos nos hemos dividido en varias tandas y cada uno ha tirado hacia un lado. Eso sí, los señores que llevábamos delante han salido a la vez que nosotros y han emprendido el mismo camino, hacia el Starbucks de Neptuno. Que, para variar, estaba lleno de gente.

Y gente y gente y gente.

Pero, aunque me queje y no haga más que decir que Madrid tiene demasiada gente, creo que no podría ser Madrid de otra manera. Eso, precisamente eso, forma parte de Madrid. Y de ser de Madrid. Que nos gustan las aglomeraciones, que nos encanta ir a todos juntos y pegados en las mismas fechas a los mismos sitios. Que sí, que nos gusta. Para que luego no digan que Madrid es una ciudad solitaria y fría.


martes, 1 de febrero de 2011

Confiar, o no confiar: he ahí la cuestión

"Qué hecho tan portentoso para cavilar es que cada ser humano constituya un profundo secreto y misterio para los demás. Sobrecoge pensar, cuando se entra de noche en una ciudad grande, que cada una de las casas apelmazadas en la oscuridad guarde también su propio secreto, al igual que cada habitación, y que cada corazón que late en los cientos de pechos oculte, aunque sólo sea en algunas de sus imaginaciones, secretos a su vecino más cercano. Es algo pavoroso, que recuerda incluso a la muerte."

Charles Dickens, Historia de Dos Ciudades, pág. 82, cap 2.

Este párrafo de la obra de Dickens me ha hecho pensar sobre la confianza entre los seres humanos y ese tipo de cosas. En realidad, tanto la sociedad como las relaciones humanas no se basan sino en una cuestión de confianza, que evita que nos terminemos matando entre todos y cazándonos cual depredadores. Si te dejas llevar por la desconfianza, estás perdido...o salvado, quién sabe. En un mundo que funciona cada vez más movido por el interés propio, parece que la confianza queda a un lado cuando de sobrevivir se trata. Curiosa reacción de los seres humanos, ahora que vivimos en una sociedad en la que parecemos tenerlo todo, sin necesidad de vivir en tribus y cazar para evitar ser cazado.

Aunque quizás en esas tribus y en la necesidad de supervivencia, cuando la amenaza era más grande, resida la vitalidad de la confianza. Ahora no es imprescindible la ayuda de nadie para sobrevivir, lo tenemos todo. Solos podemos salir adelante. ¿Es ese el motivo de que la confianza parezca estar diluyéndose? Curioso caso para pensar.

Pero bueno, dejando paranoias a un lado, quiero creer (y creo), que la confianza sigue y seguirá existiendo mientras que el hombre siga siendo hombre. Para bien o para mal. Necesitamos la confianza para sobrevivir en un mundo incierto, necesitamos tener algo a lo que aferrarnos.