viernes, 30 de septiembre de 2011

Ya no es lo que era

Tengo una reflexión que me ronda la mente. Resulta que ayer estaba yo hablando con cierta persona sobre los grupos que los Ayuntamientos llevan ahora a ciertas fiestas, cuando empecé a reflexionar sobre la evolución de los artistas contratados. Hace unos años, cuando las arcas públicas rebosaban dinero y los terrenos se recalificaban tan alegremente como se concedían hipotecas, los Ayuntamientos llevaban a cualquier pueblo o ciudad a artistas de gran tirada que quemaban cada día las listas de las radiofórmulas. Grupos idolatrados por las adolescentes llenaban los pabellones más grandes de cada localidad.Sin embargo, algo ha cambiado. No sólo eso ya no es así, sino que en muchos casos esas fiestas ya ni siquiera existen.

Pero volvamos al tema de los conciertos. Como os decía, cuando estaba hablando con esta persona, me dijo que a su ciudad "ya no iban grupos que mereciesen la pena, que ya no eran lo de antes". Bien, no va David Bisbal o El Canto del Loco, pero lo cierto es que van grupos como Vetusta Morla, Los Coronas o Arizona Baby. No, amigo, para nada son malos grupos. El problema es que la sociedad española sigue reconociendo solo el producto que le han "metido por los ojos". Si en este país se hiciese un pequeño esfuerzo por conocer la amplia variedad musical que tenemos, más allá de lo que se escuche en la radio (que, ojo, no es todo malo, ni lo que se escucha fuera, todo bueno), la gente se daría cuenta que los grupos que van ahora a su ciudad no son malos, ni mucho menos, sino que son una posibilidad de escuchar música de elevada calidad por un precio (y una aglomeración) mucho menor que en otras ocasiones,  porque no son un producto de marketing masivo de moda, por lo que su precio no es estratosférico (y desorbitado, por otra parte). Es cultura a precio de cultura, y todos deberíamos darle una oportunidad.

Así que, pueblos y ciudades de España, no veáis la crisis como una "bajada de calidad" de vuestros conciertos de fiestas, porque la realidad es que se trata de una buenísima oportunidad para disfrutar de otros grupos, iguales o mucho mejores, por un módico precio. Esto no se repite todos los días ;)

sábado, 5 de marzo de 2011

El Fin de una Época

Hoy ha llegado a mis manos, gracias a un regalo, el libro "El Fin de una Época. Sobre el oficio de contar las cosas", de Iñaki Gabilondo. Nada más abrirlo y leer la dedicatoria, algo se ha movido dentro de mí. La dedicatoria rezaba así: "A ti, del que todos se ríen cuando dices que quieres ser periodista". Esta frase me ha conmovido y me ha hecho sonreír a la vez. Y es que he recordado cuando, hace ya diez años, yo estaba empeñada en que quería ser periodista, y una muy querida tía abuela mía me dijo "No, no, nena, periodista no...que después te mandan lejos, a cubrir noticias por ahí por países en guerra, y es muy mala vida...".

Es muy mala vida. Esa frase me hizo pensar y, conforme pasaban los años, fui abriendo mis horizontes a otras opciones, mientras relegaba, ligeramente, mis aspiraciones de periodista al fondo del cajón de sueños. A pesar de todo, había algo que seguía latente dentro de mí: las ganas de contar historias, de transmitirlas, de enseñar a la gente lo que estaba pasando en la otra punta del mundo. El ansia insaciable de ser testigo número uno de la Historia. Morirme por estar ahí. Y ese sentimiento fue algo que se desarrolló cuando entré a estudiar Periodismo y Economía. Nunca pensé que sería feliz dando una asignatura, pero muchas de las que conforman la carrera de Periodismo me hicieron cambiar de opinión. Cuando estaba en clase y me mandaban escribir, era FELIZ. Y entonces me di cuenta de que ser periodista era, para mí, algo mucho más importante que estudiar una carrera, sin más. Era parte de mi forma de ser, era lo que me moría por hacer, lo que me hacía moverme...era, en definitiva, yo misma. No es que estudiase periodismo porque sí, sino que, simplemente, yo ya era periodista. Porque, como he dicho muchas veces, periodista se nace, y luego se hace. La curiosidad innata, la necesidad de estar informado sobre lo que está pasando y las ganas de contarlo, es algo que viene de serie con la personalidad de cada uno. También puede adquirirse con el tiempo, pero en la mayoría de los casos es una característica que viene de fábrica.

Por eso hoy, cuando he abierto el libro de Gabilondo y he leído esa frase, han pasado por mi cabeza muchas cosas. Es cierto que hoy en día no se da apenas valor a los periodistas, es más, incluso a veces pueden llegar a reírse de tí si dices que lo que quieres ser en la vida es periodista. No se gana dinero, estás desprestigiado, muchas veces no se valora tu trabajo y, además, cualquier persona que opine sobre cualquier cosa ya se auto cataloga como periodista. Y eso, siento decirlo, no es ser periodista. Si me preguntan a mí, a pesar de que no tengo ni voz ni voto para opinar (o sí), qué es ser periodista, creo que contestaría que periodista es aquél que tiene una vocación de servicio a la sociedad, que es consciente de que está recogiendo un legado de "contador" de historias importantísimo, con una tradición tan larga como la humanidad misma, y que necesita transmitir la información a la sociedad tanto como las plantas necesitan agua para crecer. Periodista es aquél que es capaz de tener una visión global del mundo y su funcionamiento, y es capaz de llevar a cabo una labor de síntesis para explicar, de forma concisa y clara, qué es lo que está pasando exactamente. Periodista es, al fin y al cabo, quien se siente un espectador activo de la Historia.

Y es que, por mucho que digan y por mucho que el mundo se empeñe en desvirtuar una profesión tan antigua como el hombre, yo seguiré creyendo que un cambio es posible. Ser periodista es un honor y aún estamos a tiempo de salvar el periodismo, y somos los jóvenes, las nuevas generaciones, los que tenemos en nuestra mano que la profesión sobreviva a uno de los mayores cambios de su historia (el cambio de modelo con los medios en Internet y la proliferación de la telebasura), o que perezca y ser periodista ya no valga nada. Nosotros decidimos.

domingo, 6 de febrero de 2011

Juntos y revueltos

A los españoles nos encanta el sol. Que no digan de los 'guiris', porque a nosotros nos gusta, y mucho. Este fin de semana ha hecho un tiempo fabuloso en Madrid, con un sol espléndido y unas temperaturas poco habituales para la época en la que estamos. Y ¿qué ha pasado? Que el madrileño, como buen gato que busca el calor, se ha echado a las calles. Madre mía, cómo estaba el Retiro...

Cuando se me ocurrió, este medio día, ir a dar una vuelta en familia al Retiro, no me imaginé que iba a haber tantísima gente. Ni Preciados en Navidades, oye. Gente por aquí, gente por allá, tirados en el césped, en los bancos, paseando, en las barandillas del lago, en las barcas, debajo de la estatua de Alfonso XII, en las terrazas...mira que en primavera y verano suele haber gente, pero creo que hoy había más concentración si cabe. Claro, tantas semanas de frío y lluvia, que sale un rayito y ahí se van todos los madrileños, como lagartos, ale. Y allí estaba yo también, como buena amante del calor y las aglomeraciones, con mi cámara en mano dispuesta a hacer fotos a...no sé, la gente, porque a otra cosa estaba complicado.

Hoy he visto desde personas con abrigo a 'guiris' en manga corta y chanclas. Un poco de consenso, por favor. Y niños, muchos niños: niños en bici, niños en patines, niños en monopatín, niños en patinete, niños corriendo, niños andando...niños por el medio y tú con mil ojos para no llevarte a uno por delante mientras estabas absorto haciendo tus fotos artísticas. Fotos que tardabas 15 min en hacer porque no paraba de pasar gente. Y más gente. Total, que al final acababas desistiendo ante las cabezas que aparecían destrangis en tu foto.

No se nos pueden olvidar aquellos que intentaban patinar entre marabuntas de gente. Sé que estoy repitiendo mucho la palabra 'gente', pero ¡es que no había otra cosa! Y claro, cuando el sol se ha empezado a esconder y los que tocaban la guitarra para amenizar la tarde se han ido yendo a sus casas, era hora de desalojar el Retiro. Pero no de una manera escalonada, no. Todo el mundo a la vez. ¿Qué ha pasado? Que se han formado más riadas de gente.

Por lo menos nos hemos dividido en varias tandas y cada uno ha tirado hacia un lado. Eso sí, los señores que llevábamos delante han salido a la vez que nosotros y han emprendido el mismo camino, hacia el Starbucks de Neptuno. Que, para variar, estaba lleno de gente.

Y gente y gente y gente.

Pero, aunque me queje y no haga más que decir que Madrid tiene demasiada gente, creo que no podría ser Madrid de otra manera. Eso, precisamente eso, forma parte de Madrid. Y de ser de Madrid. Que nos gustan las aglomeraciones, que nos encanta ir a todos juntos y pegados en las mismas fechas a los mismos sitios. Que sí, que nos gusta. Para que luego no digan que Madrid es una ciudad solitaria y fría.


martes, 1 de febrero de 2011

Confiar, o no confiar: he ahí la cuestión

"Qué hecho tan portentoso para cavilar es que cada ser humano constituya un profundo secreto y misterio para los demás. Sobrecoge pensar, cuando se entra de noche en una ciudad grande, que cada una de las casas apelmazadas en la oscuridad guarde también su propio secreto, al igual que cada habitación, y que cada corazón que late en los cientos de pechos oculte, aunque sólo sea en algunas de sus imaginaciones, secretos a su vecino más cercano. Es algo pavoroso, que recuerda incluso a la muerte."

Charles Dickens, Historia de Dos Ciudades, pág. 82, cap 2.

Este párrafo de la obra de Dickens me ha hecho pensar sobre la confianza entre los seres humanos y ese tipo de cosas. En realidad, tanto la sociedad como las relaciones humanas no se basan sino en una cuestión de confianza, que evita que nos terminemos matando entre todos y cazándonos cual depredadores. Si te dejas llevar por la desconfianza, estás perdido...o salvado, quién sabe. En un mundo que funciona cada vez más movido por el interés propio, parece que la confianza queda a un lado cuando de sobrevivir se trata. Curiosa reacción de los seres humanos, ahora que vivimos en una sociedad en la que parecemos tenerlo todo, sin necesidad de vivir en tribus y cazar para evitar ser cazado.

Aunque quizás en esas tribus y en la necesidad de supervivencia, cuando la amenaza era más grande, resida la vitalidad de la confianza. Ahora no es imprescindible la ayuda de nadie para sobrevivir, lo tenemos todo. Solos podemos salir adelante. ¿Es ese el motivo de que la confianza parezca estar diluyéndose? Curioso caso para pensar.

Pero bueno, dejando paranoias a un lado, quiero creer (y creo), que la confianza sigue y seguirá existiendo mientras que el hombre siga siendo hombre. Para bien o para mal. Necesitamos la confianza para sobrevivir en un mundo incierto, necesitamos tener algo a lo que aferrarnos.